La décima edición del “Rock en Baradero” tuvo a Marttein como el destacado y a la plana mayor del género fundado por Litto Nebbia en muy buena forma.
✎ Facundo Arroyo
Un perro retacón dormía justo en la entrada del Anfiteatro Municipal de Baradero. Nadie gritaba en ese momento; ni los de seguridad, ni la gente de los puestos callejeros y menos que menos los de la feria comercial que te llevaba a la décima edición del “Rock en Baradero”. Era viernes a la tarde, pero nadie gritó tampoco cuando el predio se llenó. Es más: nadie empujó, nadie reclamó, nadie bardeó. En este festival que se hace en el interior de la provincia de Buenos Aires, rodeado de un pequeño bosque y sostenido por el Paraná, los decibeles están mucho más acorde a cierta humanidad que en cualquier otro festival.
Un perro lleno de tierra le movía la cola a chicos con raros peinados nuevos. Hay algo que viene pasando hace algunas ediciones en el “Rock en Baradero” que ayuda a derribar la hipótesis más aburrida de la cultura argentina. Por supuesto, el rock no murió. Y aunque ya forma parte de un folklore más, también hay una tangente con artistas que están renovando la escena. En este caso circularon por “Escenario al parque” y “Escenario al río”. Jóvenes, muy jóvenes, que están retomando cierta tradición del rock argentino, y que hacen con eso lo que quieren menos conservarla de la misma forma.
Un perro negro aúlla, como si fuera un lobo, con el primer efecto saturado y digital del rubio sensación. Marttein dio el mejor show de los dos días porque nadie sabe muy bien qué es lo que hace. De hecho, casi nadie lo fue a ver. Y aún así, él sale a escena como si fuera Lady Gaga. Mira a los ojos a su audiencia casi nula y les cuenta un secreto. El mejor guardado, por ahora, de la renovación que viene por el lado de Dillom, Paco y Catriel. Es decir, una visión ciudadana, digital y deforme de lo que algunos llaman la música urbana. El relato de Marttein se hace en trío con guitarras, teclados y programaciones pero no hay una base rítmica clara para definir el género. Sí por momentos parece un after punk electrónico metido adentro de The Last of Us en donde lo único que quedó en pie es el obelisco y él, por supuesto, canta colgado de la punta con ese vozarrón. Ese tremendo vozarrón que aloja un cuerpo de unos 50 kilos. Los ojos pesan más que el cuerpo de Marttein. Llámenlo.
Seguido a Marttein salió al mismo escenario Un Muerto Más. Hay algo de diálogo en su música pero acá la cosa es más teatral y dramática. También hay más canción, por momentos. Lo que queda claro es que ese diálogo no tiene nada que ver con el pop y el rock de las décadas que vinieron antes de ellos. Ni de lo que hace, por nombrar bandas que también pasan por este festival, Conociendo Rusia y El Kuelgue. Aún así, hacen versiones de Pappos Blues y Viejas Locas siempre dentro de su mundo. Otra vez: son conscientes de la tradición pero inconscientes de su mensaje. Se están expresando de manera contemporánea y ese otro cuerpo muy delgado, encima, con el corazón roto y ensangrentado. Ese, de hecho, es su logo actual. El punto de partida de todo lo que dice Un Muerto Más. Una mesa de madera y la rotura actual del amor y de la dificultad que hay hoy en día para vincularse. Tampoco se sabe bien qué es lo que hace Un Muerto Más pero por momentos podría abrazar a Miguel Abuelo mientras mira a las nuevas olas tocar la música sin instrumentos. Ellos tienen hasta un violinista que se chapa a la tecladista (y segunda cantante) en vivo.
Un perro con pocos dientes toma sol mientras mira el río; a sus espaldas hay mucha gente sentada en el pasto, de frente tiene el escenario que se desprende del predio pero que también forma parte del festival. Para este lugar el acceso es libre y gratuito. Y a ese micrófono le da entidad El Nota (y su banda). Un tipo con la mirada extraviada y la panza tatuada. Él es deportivo y popular pero también le gusta el hardcore y el rock stone. Menciono algunos palos para que su música se forje pero la verdad es que el brillo, la sensatez y la honestidad están en sus melodías y letras. Él lo resume bien en “Rock en Baradero”: “Hacemos canciones que hablan de angustia y enfermedades de salud mental. Esas cosas que nos pasan a todos”. Esas cosas que nos pasan a todos dijo El Nota para después pudrir su garganta y decir que tiene la cabeza trabada y que le contó llorando a su terapeuta que vos, sí vos, lo dejaste. En sus shows siempre pasa lo mismo: todo está a punto de irse a la mierda. Como tu vida y tu país.
También por el “Escenario al Parque” pasaron Carmen Sánchez Viamonte, Juana Rozas y Rey Brujas. Tres propuestas estéticas bien distintas entre sí pero de una misma generación. La cantante platense en forma de rock pop, Rozas como si fuera una ciborg sensual y letal de lo urbano y Rey Bruja con el flequillo recto y los tonos del rock and roll activados. Tres impulsos enérgicos que aprovecharon sus sets de media hora para mostrar las canciones que se destacan en las plataformas musicales correspondientes. Carmen hizo esa que se llama “Pensamientos intrusivos” y cantó el estribillo que sirve como paraguas de toda esta nueva ola: “Mi generación y la ansiedad / me tienen cansada de verdad. / ¿Cuánto más nos falta / para ver cómo cambiar la realidad?”.
Lo clásico en el “Rock en Baradero” nunca deja insatisfecho al fan del rock nacional. Por eso está el estudio de la radio Mega entre los dos grandes escenarios y los artistas consagrados a cada lado. En ese sentido, el festival ya tiene el mismo nivel que los demás. En esta edición, destacaron los shows de Guasones (bien blusero y no tan hitero), No te va a gustar (que anunciaron fecha de un nuevo Estadio Ciudad de La Plata), Los Auténticos Decadentes (tan afilados y contundentes como siempre), Kapanga (que recibió la llave de la ciudad por la asistencia perfecta) y la cumbia con Damas Gratis y La Delio Valdez. “¿Quién dijo que los rockeros no pueden bailarse un cumbión”, agitó el cantor Black Rodríguez Méndez.
Aunque Bersuit haya salido al palo, y el festival comenzaba a cerrar las puertas de su décima edición, los perros seguían ahí. Tranquilos, amorosos, tajeados y profundos. No es tan difícil entender que la música puede salvarte y que, aunque estemos todos rotos, el ritmo de un perro de Baradero puede reiniciarte para llegar al próximo mes. Rock argentino mientras una idea analgésica surge: perro amor explota.