Cuesta abajo: Chamamé sin Premios Gardel

Aunque la propia Unesco lo haya reconocido como “patrimonio de la humanidad”, este año quienes organizan los premios a la música argentina no quisieron escuchar ni un sólo sapucay.

 Sergio Arboleya

A una década de haber logrado acceder como rubro a los Premios Gardel tras 16 entregas en las que no fue considerado, el chamamé volvió a quedar marginado de los lauros que desde 1999 impulsa la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (Capif) y no estará presente ni siquiera en la ceremonia casi clandestina que no merece la transmisión televisiva formal.

“Para Capif, los Premios Gardel celebran el arte y la pasión de la música argentina, son un faro de reconocimiento que contribuye a visibilizar el increíble talento de nuestros artistas”, señaló días atrás el presidente de Capif, Diego Zapico (quien comanda la asociación por ser, además, titular del sello independiente Acqua Records) para anunciar la edición de este año cuya gala será el próximo 28 de mayo en sede a confirmar.

Sin que le tiemble el pulso, el empresario agregó: “Los Premios Gardel no sólo homenajean la creatividad y la autenticidad, sino que también son una sinfonía de voces, sonidos y emociones que reflejan la riqueza cultural de Argentina”, un carácter que –según parece- reconoce más al RKT (que merecidamente ostenta rubro propio) que a la música propia de la cultura del Litoral nacional que en 2020 fue declarada por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Desde su cuenta de Instagram @changospasiuk el acordeonista y compositor misionero calificó la decisión como “preocupante” ya que, dijo, “no sólo invisibiliza a este género y a sus exponentes, sino que también demuestra una falta de memoria y respeto a la rica historia y tradición musical que ha sostenido a la industria discográfica durante décadas”.

Para Chango –ganador del primer Gardel chamamecero por su disco “Tierra Colorada en el Teatro Colón”- “la exclusión del chamamé puede afectar principalmente a los jóvenes músicos, compositores, intérpretes y a la industria independiente que produce música dentro de este género, limitando sus oportunidades de visibilidad y reconocimiento” e insiste con la premisa de los Gardel “sean un espacio inclusivo y representativo de la diversidad musical argentina. La revisión de las categorías y criterios de selección podría ser un paso importante para garantizar que todos los géneros y propuestas musicales tengan un lugar en esta premiación y celebración”.

Bien podría pensarse que la música chamamecera y litoraleña son parte de la escena folclórica y, por tanto, está incluida y contemplada en ese apartado, pero no menos cierto resulta evidente que se trata de géneros situados geográficamente y que ostentan una potencia artística y organizativa (La Fiesta Nacional del Chamamé con sus 10 noches en la capital correntina celebró 34 ediciones el verano pasado) que no suele tener su correlato en otros festivales nativos.

¿Pueden exigírsele a los Premios Gardel que operen saldando esa histórica discriminación? La respuesta aparece explícita en la determinación de los sellos que motorizan estas distinciones, pero aquí también resulta necesario reflexionar qué importancia se le otorga a los reconocimientos culturales en general y cuál es la legitimación que otorgan los Gardel con su carácter eminentemente industrial y su histórica modalidad de no dar a conocer ni la cantidad de sufragantes ni el padrón de personas que votan, dos características que le adosan más sombras a ese ejercicio.

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Publicado el 27 abril, 2025