Un estudio de FLACSO y Fundación Medifé confirma que las prácticas culturales no solo enriquecen la vida individual, sino que también fortalecen la salud mental, emocional y social de quienes las practican. Así es: ir a recitales es salud.
La cultura hace bien. Así lo afirma el 76% de los encuestados en una investigación reciente realizada en la Ciudad de Buenos Aires por FLACSO y Fundación Medifé, que pone en foco la estrecha relación entre las actividades culturales y el bienestar personal. A través de encuestas, entrevistas y testimonios, el estudio revela que participar en prácticas culturales —ya sea como espectadores o protagonistas— mejora el estado de ánimo, estimula la creatividad y genera un sentido de conexión con los demás.
El informe, que analiza datos recopilados entre 2021 y 2023, confirma que la cultura no solo actúa como fuente de entretenimiento, sino que se consolida como un vehículo para el diálogo, la empatía y la salud emocional. En tiempos atravesados por crisis sanitarias y transformaciones en los estilos de vida, estas prácticas emergen como herramientas potentes para hacer frente al estrés, la soledad y el aislamiento.
Aunque muchos/as porteños/as muestran interés en formarse en distintas disciplinas culturales, la mayoría participa por el simple placer de hacerlo. Pintar, escribir, bailar o asistir a una clase son formas de expresión que, más allá de la profesionalización, funcionan como espacios de recreación, creatividad y encuentro. Para muchos, la experiencia cultural no pasa solo por el saber, sino por el hacer con otros, incluso en formatos virtuales.
En esa línea, el estudio llama a repensar los límites entre cultura y salud, dos campos que históricamente han trabajado por separado. Frente a los desafíos contemporáneos —psicológicos, sociales, vinculares—, integrar la cultura a las estrategias de bienestar podría generar un impacto positivo a gran escala. Y para avanzar en esa dirección, los investigadores proponen una serie de recomendaciones concretas como integrar cultura y salud, incorporar prácticas culturales a programas de salud pública reconociendo su potencial terapéutico y preventivo. O comunicar los beneficios de la cultura para la salud emocional y mental, promoviendo su inclusión en rutinas de autocuidado y capacitar a profesionales de la salud: incluir en su formación herramientas que les permitan recomendar actividades culturales como parte del tratamiento o acompañamiento integral de pacientes.
Cultura y salud: tres voces reflexionan sobre un cruce con enorme potencial
¿Cómo se vinculan la participación cultural y el bienestar? Para indagar en esta pregunta, tres especialistas de distintos ámbitos se reunieron a compartir sus miradas sobre un terreno fértil pero todavía poco explorado: el cruce entre cultura y salud. Mariana Trocca (directora de Salud Mental de Fundación Medifé), Virginia Montero (gerenta de Prestaciones Médicas) y Enrique Avogadro (gestor cultural y exministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires) reflexionaron sobre prácticas, políticas y desafíos urgentes para consolidar una articulación que ya empieza a dar resultados.
Un punto de coincidencia atraviesa toda la charla: la cultura no debe ser vista únicamente como consumo, sino como una experiencia activa que transforma a las personas y a las comunidades. En ese sentido, Enrique Avogadro sostiene: “Estamos convencidos de que más participación cultural equivale a una vida más plena. Vale la pena invertir en cultura, porque lo que obtenemos es una ciudadanía más saludable, más integrada, más empática”.
La conversación dejó en claro que el consenso en torno a los beneficios de la cultura es fuerte. Sin embargo, todavía hay un interrogante abierto: ¿por qué hace bien? ¿Cuáles son los mecanismos que activan ese impacto positivo?
Desde el campo de la salud, Virginia Montero aporta una mirada basada en su experiencia profesional: la participación cultural no solo actúa como un complemento del bienestar, sino como una herramienta directa para la prevención y el acompañamiento de distintos malestares. Y en este punto, tanto ella como Trocca subrayan la necesidad de trabajar interdisciplinariamente para que estas prácticas no queden relegadas al tiempo libre, sino que formen parte activa de una agenda integral de salud pública.
La charla evidenció que hay una oportunidad concreta para tender puentes entre la cultura y la salud. Y que, lejos de ser un lujo, promover el acceso a experiencias culturales puede ser una estrategia efectiva para mejorar la calidad de vida. Como sintetizó Trocca, “la salud mental no se trata solo de tratar trastornos, sino de generar condiciones para una vida con sentido. Y en eso, la cultura tiene un papel clave”.
El informe concluye que no solo es posible sino necesario seguir profundizando este campo de estudio. Las experiencias ya lo demuestran: la cultura mejora la calidad de vida, estimula vínculos comunitarios y abre caminos para una vida más saludable. Reconocerla como un pilar del bienestar no es una utopía: es un paso urgente hacia un enfoque más humano e integral de las políticas públicas. Aquí el informe completo.
Así es como nos preguntamos de qué manera incorporamos la cultura a nuestra vida cotidiana para entender lo fundamental para nuestro bienestar mental.
¡Ir al teatro! ¡Tejer! ¡Unirse a un club de lectura! ¡Bailar! ¡Participar de conciertos! Son tiempos para incorporar cualquier forma de cultura para estar bien.