Los argentinos Miserere y los estadounidenses Zulu desataron un vendaval sonoro en el Centro Cultural Bula.
✎ Carlos Noro
A finales de los ochenta y principios de los noventa, Argentina y en especial Buenos Aires eran una olla a punto de explotar debido al desencanto de los primeros años de la democracia y la llegada del gobierno neoliberal de Carlos Saúl Menem, que aumentaría dramáticamente la conflictividad social hacia el final de la década. Más allá de las luchas sociales que sostuvieron la resistencia, este contexto sociopolítico y económico también tuvo su respuesta cultural, generando intensos movimientos subteráneos que tomaron forma musical en el punk, el heavy metal y otros géneros, creando escenas hasta ese momento inéditas en el país. Una de ellas fue la escena hardcore de Buenos Aires, conocida como Buenos Aires Hardcore (BAHC), que desde finales de los años 80 y principios de los 90 creció con una identidad propia, influenciada por el hardcore neoyorquino y con una fuerte fusión de punk, metal y hip-hop. Bandas como No Demuestra Interés (NDI), Existencia de Odio (EDO), Diferentes Actitudes Juveniles (DAJ) y Minoría Activa fueron los cimientos de una comunidad que, a través de sus letras y su energía en vivo, impulsó un mensaje de resistencia, lucha y unidad, logrando convocar a miles de pibes y pibas con un discurso propio y prácticas que desafiaban al sistema dominante.
Aunque han pasado más de treinta años, Argentina parece revivir la frase de Karl Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “La historia ocurre primero como tragedia y después como farsa”. Hoy, un nuevo gobierno neoliberal gobierna el país y la sensación es que el resultado ya lo conocemos, aunque aún estemos en los primeros momentos de un proceso cuyo desenlace es incierto.
Mientras tanto, Buenos Aires es literalmente un infierno en el viernes más caluroso que se recuerda en mucho tiempo. El sótano del Centro Cultural Bula -un lugar que le hace justicia a la canción de El Siempreterno Noches románticas en sótanos húmedos- no escapa a esa lógica, más aun teniendo en cuenta que el hardcore no es un género de espectadores pasivos, sino que genera una candente danza de saltos, patadas y movimientos de brazos que van de un lado a otro formando círculos entre canción y canción.
Aunque Neokira y Géminis habían abierto la noche, bajar por la escalera al sótano y ver a Miserere en vivo fue literalmente encontrarse con una presentación donde la intensidad y la violencia no mermaron en ningún momento. La banda, compuesta por Renata Modarelli en voz, Axel Keller en bajo, Gonzalo Casalinuovo en guitarra, Matías Bares en batería y Martín Visconti en percusión, toma el hardcore como base y lo fusiona con otros estilos de música extrema como el death metal y el grindcore, generando una propuesta que oscila entre lo groovero y lo cacofónico y caótico. La postal de la mayoría del set es francamente apabullante, con Renata ubicada debajo de un escenario que está casi al ras del piso mientras la banda dispara desde arriba un sonido corrosivo, veloz e intenso. El micrófono pasa de mano en mano y el grito es desgarrador: “Ya te advertí / Me tocás y te mato por mi integridad / Me tocás y te mato”, canta Renata en Plaza Miserere, para luego abordar la traición en Rata y Cambiaste de bando, y reflexionar sobre dimensiones existenciales en La Angustia. Su sonido filoso y cortante genera una respuesta acorde: mientras cada verso es escupido con rabia catártica, una coreografía violenta se desarrolla en el público, con patadas y brazos que se agitan sin descanso, creando una oscura sinfonía de cuerpos entre luces y sombras.
Minutos después, Zulu subió a escena con una propuesta similar aunque mucho más breve. Sin utilizar las intros y samples de su último disco -donde incluyen referencias a Curtis Mayfield, Bob Marley, Nina Simone y el texto de Crème de Cassis, que habla sobre el lugar de la negritud en Estados Unidos-, los angelinos ofrecieron una versión primaria y rabiosa de su música, alejándose bastante del viaje sonoro que propone su álbum A New Tomorrow. Desde el primer acorde, la banda impuso su impronta con una fusión explosiva de hardcore y powerviolence, dejando de lado las referencias al soul y al hip-hop y generando un ambiente cargado de intensidad y violencia controlada en el moshpit.
El setlist incluyó algunas de sus canciones más emblemáticas, entre ellas 52 Fatal Strikes, Fakin’ tha Funk (You Get Did) y Where I’m From, esta última con una letra que celebra la diversidad de la diáspora africana y refuerza el mensaje de orgullo e identidad cultural que Zulu lleva como bandera. Esto se intensificó en vivo con la frase “Todos vivimos la persecución que sufren los negros”, gritada a viva voz por el joven cantante Anaiah Muhammad, líder y creador de la banda. El pit se convirtió en un campo de batalla, con stagedives y mosh salvaje en cada tema. Lejos de desentonar, esta reacción pareció alimentar aún más la furia sonora de Zulu, que supo capitalizar la respuesta de la audiencia para convertir el show en una ceremonia de catarsis colectiva, hermanada de alguna forma con lo que Miserere había expuesto minutos antes.
El cierre, algo disruptivo con la banda dudando si hacer un par de canciones más tras algo más de media hora de show, culminó con el público subiendo al escenario para saludar y sacarse fotos con los integrantes, potenciando esta idea de acercamiento y horizontalidad que define al hardcore. La sensación es que esta visita de los estadounidenses a Argentina puede ser considerada un cruce de caminos entre dos bandas que buscan revivir la idea del hardcore como un acto de protesta y resistencia. El enojo y la catarsis parecen ser el camino compartido. Veremos qué sucede.
Disclaimer:
Horas después de su show en la Argentina, Anaiah Rasheed Muhammad -cantante de Zulu- fue denunciado por su ex pareja. Las acusaciones son graves y remiten a una violencia de género que incluye diferentes ataques.
NOTA, como medio, y el autor de este texto, en particular, condenamos todo hecho de violencia y reclamamos justicia.