Cindy Cats es un fenómeno popular. Es tan grande que agota un estadio Obras a pocas horas de haberse anunciado. ¿Cómo se vive por dentro?
✎ Cecy Díaz
Pasaron, al menos, unos diez años de aquellos encuentros en León León. Willy Crook llegaba y pedía en la barra un fernet menta con tónica. Vaso en mano subía las escaleras y se sumergía en la jam. No recuerdo bien si la cita era los miércoles, creería que sí. El local que mantenía el Frente de Artistas del PO era uno de esos rincones que visitaban amantes del jazz (que tocaban instrumentos o que simplemente escuchaban el género). ¿Cómo eran esas noches? Diferentes, sin lugar a dudas.
Siempre pensé que ir a una jam era sentirme una extraña, una colada, una espía. Nadie necesitaba de mi presencia y nadie estaba brindando “un espectáculo” para mí. Esa jam en León León a la que fui un par de veces era un espacio de y para las personas que se subían a tocar, a zapar, a improvisar, a probar cosas que flasheaban, a liberarse y salirse de lo esperable, de lo comercial, de lo hitero. Toda la experiencia implicaba abandonar todo tipo de estructuras y abrirse a ese tan elogiado momento “mágico” de la libertad de creación.
Si me abrazo a esa forma de entender lo que es una jam… Cindy Cats no es una jam sino un espectáculo (con todas las letras).
Este martes 15 de abril el Estadio Obras volvió a recibir a uno de los fenómenos musicales del momento: Cindy Cats jam. Es, sin duda, uno de esos shows que todo el mundo quiere ir porque el público compra la entrada sin saber quiénes se van a subir a cantar o a tocar y porque quienes forman parte de bandas o encabezan proyectos solistas se desviven por subirse a ese escenario circular instalado en el corazón del “templo del rock”.
Me gusta llegar temprano a los lugares. En especial cuando vale la pena “hacer valla”. Y esta ocasión era “la ocasión” para hacerlo. Por eso me quedé unas dos horas en un rincón, esperando que todo empiece. Una de las cosas que me llamó la atención fue el detalle en las remeras de quienes trabajaban en el armado: no decía el típico “staff” sino “familia Cindy Cats”. Más tierno no se consigue.
Una DJ pinchó canciones antes de que arrancara toda la movida en el escenario central y hubo artistas que pintaron/dibujaron gatos durante la jornada. Sí: la combinación tradicional de “jam de música” y “jam de dibujo” fue respetada. Pero… ¿por qué digo que el concepto de jam no está del todo presente?
La lista de canciones está armada con antelación y no sólo fue ensayada sino que tiene arreglos “ATP”. Lo que suena está perfecto y limpio. Y es tan poco experimental que podría ser un hit radial. Las reversiones de clásicos del rock argentino están pensadas con un criterio tal que le gusta a todo el mundo, a todas esas miles de personas tan distintas entre sí (o tan parecidas, también) que me hace pensar en esa vieja jam de jazz en la que había -a veces- muchas más horas de improvisación que personas mirándola. ¿Eso era mejor que esto que estoy viendo en Cindy Cats? No, no sé. Lo que sí puedo afirmar es que se trata de dos propuestas opuestas porque acá no me siento una espía sino que estoy en un lugar donde buscan que me sienta cómoda.
En la jam de Cindy Cats hay un momento del cual participa un dj y freestylers que se destacan dentro de su escena. Es un gran momento, por cierto. Quizás sea porque tirar un beat e improvisar barras es algo más cercano a aquello otro que les mencionaba al principio. Pero lo cierto es que una de las cosas más esperadas por el público es cuando revelan quiénes son las invitadas e invitados especiales de la noche.
Dante subió hacia el final de la noche para demostrar por qué es Dante Spinetta. Tocó dejando fluir su groove natural y brilló en una noche de la cual participaron también artistas como Benjamín Amadeo, Julieta Rada y LIT Killah. Mención aparte merecen Franco Luciani y Cucuza, quienes convirtieron “Nada” en todo lo que está bien. El tango más poderoso entregado ante una audiencia que estaba conformada en su gran mayoría por jóvenes. Algo realmente importante para el género. Y, claro, otra mención especial se merece Joaquín Levinton, el incansable cantante de Turf, quien no para de laburar y tiene tan aceitado todo que no tiene margen para el error. Si está él, la fiesta está garantizada.
Sin dudas, la propuesta de jam ATP que nos ofrece este grupo de amigos músicos sesionistas es una de las más celebradas del momento. Porque, si bien hay otras movidas por el estilo, la del “sindicato” es la más sólida, la que convoca a miles de personas, la fiesta que ya participó como acto artístico de un festival como Buena Vibra y que no sólo le da trabajo a muchas personas de esa “familia” que lograron construir de manera interna sino que le da una inyección de juventud a clásicos del cancionero nacional y le permite a cantantes del mainstream animarse a reversionar temas que escucharon, quizás, un domingo en familia pero que les queda por fuera de su repertorio. Si lo que buscás es un espectáculo (con todas las letras) para compartir con amistades, familia o compañeros/as de trabajo, andá a la próxima Cindy Cats.
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