La disrupción y la categoría de Los Fabulosos Cadillacs en el Quilmes Rock, templo de los grandes estribillos del rock argentino.
✎ Facundo Arroyo
Estrofa-estribillo-estrofa. Estrofa, estrofa, estribillo, estrofa, estrofa. La fórmula de la canción pop-rock venía deslizándose, fácil, en las 70 bandas que ya habían pasado por los cuatro escenarios del Quilmes Rock. Hasta que llegaron Los Fabulosos Cadillacs. Pasaron un par de temas como para llamar la atención (porque ellos también pueden hacer eso) y de repente salió una escena sacada con “El genio del dub / Radio kriminal / Piazzolla / Quinto centenario” para demostrar que el rock argentino también puede salirse del fogón y ser trascendental a través de la experimentación.
Más adelante hablamos en términos genéricos pero lo que pasó en ese momento fue también la certeza de que no todo entra en una canción de Estelares. “La magia de la música popular llevó a esta canción a todos los estadios de fútbol”, había dicho Moretti el día anterior antes de tocar “Ella dijo”. Y está más que perfecto pero también un tema como “Piazzolla” se puede meter en el estadio con el que todos soñamos hasta que llegó Scaloni. Me refiero al Estadio Azteca (gracias Calamaro por tu show, al nivel de Los Cadillacs), a México, al rock argentino siendo extranjero, popular y masivo (que no es lo mismo) pero también con otra profundidad, otra poesía, otros gestos y otro tipo de composición. Por eso Los Fabulosos Cadillacs están intactos, llegaron a la adultez con elegancia y su música sigue siendo de avanzada. Dialoga más con obras como Por Cesárea que con el último de Conociendo Rusia o El Zar. Hay para todos los gustos pero los calaveras necesitan estar en contacto con el pibito rubio que tiene la misma panza que ellos por la Heineken.
Ahora sí, en términos de géneros, Los Cadillacs quedaron medio solos a la hora de experimentar músicas que el rock argentino no desarrolló demasiado. En este abril 2025 se están cumpliendo 30 años de Mi vida loca de Los Decadentes un disco que, a priori, no se acerca tanto al mundo Cadillacs pero que en su momento dialogó con esa etiqueta pasajera de “rock latino”. Los cito porque no hay mucho más, esa tradición quedó en suspenso. Gracias a la mixtura latinoamericana que tiene la música de Los Cadillacs (del reggae al dub, del rocksteady al ska, de la murga al punk, de la remera de Damned de Rotman a la que tiene un agujero y ningún logo de Vicentico) es que pueden subir, sin problemas, artistas como Pablito Lescano (cumbia villera) y Santi Motorizado (indie). Casi en paralelo, cuando estaban tocando “Padre nuestro” en el escenario del Quilmes, el periodista y colaborador de este medio Gabriel Plaza dijo: “Lo que hace Pablito con su teclado es la academia del swing popular. El sonido profundo de los barrios. En esa cadencia zigzagueante y resacosa, se esconde el antídoto que resucita a los muertos que tienen que salir a laburar a las 5”. Esta última oración me encanta. Ahí es cuando el rock argentino funciona: cuando sos el matador de los cien barrios porteños, o cuando escribís un disco que se llama Día del trabajador (Fonso y las paritarias, otro gran show del festival) o cuando creás un ser muerto de ansiedad que termina matando a sus amigos o consumiendo a su novia (Dillom).
Los Cadillacs son como un cadáver exquisito del rock argentino en el que nadie puede entrar con una criolla y amoldarse salvo que estén haciendo algo nuevo y ellos giren la cabeza para invitarte a seguir la luna. Vamos mi cariño ya no llore más, Los Cadillacs siguen entre nosotros. Los Cadillacs tocando para vos / no hay estribillo / Los Cadillacs tocando para vos.