Se hizo lobo en el jolgorio

Malajunta Malandro volvió a La Plata y activó su célula municipal.

 Facundo Arroyo

Un rato antes de ir al Ópera de La Plata estaba con unos amigos haciendo una mudanza. Comenté que iba a ver a Malandro Malajunta y el más joven y precarizado contestó, “qué bien, yo esta noche voy a ver qué tipo de arroz me hago”. A otro de los pibes jóvenes, actualmente sin laburo fijo lo invité al show, sabía que también le gustaba. Cuando el cantor de Las Tunas entonó los versos de “Bla, bla, bla”, mi amigo sin laburo se largó a llorar. Un negro del gueto, caravana, así es Malajunta y así son los pibes y pibas de esa tribu. El impacto del underground llenos de líneas en las canciones (de largas estrofas) quedó en manos de un músico que pasó por el trap, el rap, el freestyle de plazas (y otras competencias de grandes marcas) y que ahora llegó a un lugar novedoso y particular. Un lugar posible gracias a su pico y a su pala.  

De Leonardo Favio al Pollo de Okupas. Del primero emuló a Nazareno Cruz y el lobo, del segundo directamente lo subió al escenario y lo hizo hablar. Diego Alonso anunció el estreno de su película en un show de rap callejero, de urbanismo gede. De cómo era él cuando se puso a pensar en el mejor personaje de la serie dirigida por Bruno Stagnaro. Pero hay que volver al Malandro de América: de Los Redondos a Sandro. Un pibe que tiene tatuado uno de los logos insignia del artista en la cara dijo que sí, que “El Mala” es el Patricio Rey del rap. Arriba del escenario fue un show de rap pero que por momentos se convirtió en un festejo futbolero, en una épica rockera, en una reunión de esquina donde nada se sale de control pero todos están sacados, en un asado de fin de año donde el anfitrión se encarga de la parrilla, de hacer los mejores chistes, de estar atento a los detalles y de cerrar el portón cuando todos ya se fueron. Malajunta es un cacique popular, con una gran jerga, mucha calle, pícaro y amoroso. Un cacique que fue capaz de generar su propia tribu y que no abandona la urbanización de su barrio. Es como un cacique a lo Mario Secco: decide las cosas sobre su municipio pero también corta un árbol que se cayó y está tapando la avenida.  

Su gente habla de “Jolgorio” cuando Malajunta Malandro hace pie en un escenario. No es sólo el momento del artista tocando su música. Hay previa, observación participante, look definido, marcas estéticas desprendidas de la obra y una identificación social tan fuerte como la letra de “Romance licántropo” que dice: “Ansiando al reloj que mestice el paisaje”. Cuando cantó ese tema, en las visuales caminaba un lobizón. Justamente: la insignia popular de la ciudad de La Plata. Malajunta lo sabe, de hecho tiene varias casacas de Gimnasia. Él siguió cantando: “Ya sé que me hice looooo / ooo / bo”.   

Cuando llegó a la hora del show decidí irme. Ya estaba bien, fue un impulso. No me entraba más información, es una música que a mi generación le queda un poco lejos. Hay que aprender a apreciar y a pensar desde otro lugar. Leerlos e interpretarlos pero a nuestro modo. En el transcurso del domingo lo comenté con otro colega que no sale mucho a ver esas nuevas tendencias musicales (lo digo como señor a propósito) pero que a los que sobresalen los tiene en el centro del teclado. Le digo todo lo que pasó anoche, todo lo que no puedo sostener y me tranquiliza. Es como Los Ramones, dice. Hermosísimas canciones pero todas juntas, en algún momento, dejan de funcionar. Para que te gusten juntas tenés que estar muy adentro, tenés que ser parte del jolgorio. Y hay algo de lo genuino y lo simple que habita en la obra de este artista tan escapista de sus propias tendencias. Es un jolgorio de amor y calle, de caravana y existencialismo urbano. Es el Malandro de América conquistando los barrios para la emancipación municipal de su propio condominio.  

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Publicado el 16 marzo, 2025

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