El ritual de entrar al pago sin golpear

Todo se montó como si se tratara de una fiesta de lujo, pero el carisma, la coloquialidad y la pasión de la artista impusieron un clima descontracturado, que rescató la esencia e hizo sentir a los presentes que eran parte fundamental del asunto.   

✎ Hernani Natale

Ponchos, camperas, banderas argentinas, pullovers o cualquier prenda que había a mano eran agitadas con fervor por una enardecida audiencia mientras Soledad Pastorutti, rodeada por su banda conformada por diez músicos, interpretaba “A Don Ata”, la chacarera que, hace tres décadas, fue su gran carta de presentación y abrió las puertas al boom del llamado “folclore joven”. 

Dos horas y media antes, un holograma que llevaba de viaje a los inicios de la artista había dado inicio al concierto celebratorio en el porteño teatro Gran Rex de sus 29 años de trayectoria.

El “tour de force” de la Sole que llegó al final con la oda a Atahualpa Yupanqui incluyó distintos sets agrupados por géneros folclóricos, en donde no faltaron chacareras, zambas y chamamés; homenajes explícitos y velados a grandes figuras como Horacio Guarany, Teresa Parodi y Jorge Cafrune; invitados como su hermana Natalia y Emiliano Brancciari, de No Te Va Gustar; una moderna puesta en escena y vestuario de etiqueta. Y, sin embargo, el espíritu de la peña ganó la pulseada y afloró con fuerza.

Mucho tuvo que ver la artista, que descontracturó el ambiente con su carisma; sus largas parrafadas, regadas de simpatía, en las que, con un tono coloquial, hizo partícipe a la audiencia de sus impresiones, de cuestiones e historias familiares, y de todo cuanto sucedía entre bambalinas.

El otro gran porcentaje lo aportó el público que colmó el teatro en las dos funciones realizadas el sábado 5 y domingo 6, con una algarabía propia de una cancha de fútbol, con sus rituales y banderas.

“Escuchenlá, escuchenlá, escuchenlá –sí, obvio, con acento en la “a”-, está llegando el huracán, el de Arequito y se llama Soledad”, coreó entusiasmada la audiencia mientras esperaba el inicio del concierto. En su mayoría, eran personas de mediana edad, muchas de ellas caracterizadas fans, con remeras alusivas y banderas argentinas puestas como capa. Como una gran familia, se saludaban entre ellas como viejos conocidos y comentaban, a modo de anécdota, los lugares por donde habían seguido a la artista.

Un imaginario viaje al pasado a través de una animación proyectada en una pantalla que ocupaba todo el escenario situó al público en un viaje en Torino, en el año 1992, por las rutas aledañas a Arequito, del matrimonio Pastorutti con sus dos hijas pequeñas, Soledad y Natalia.     

Acto seguido, un holograma mostró a la Soledad adolescente, vestida con su clásico poncho marrón, bombachas de gaucho y alpargatas, interpretando “Canten para papá”; hasta que se levantó el telón y el tema fue continuado por la Soledad actual en persona, ataviada de manera muy distinta, con ropa blanca, una larga capa, pantalones con grandes flecos y botas de diseño. 

No sólo en la vestimenta aparecía un gran contraste entre la artista que daba sus primeros pasos y esta figura consolidada que recorrió un largo camino. Las despojadas escenografías de antaño también mutaron en esta actualización a una suerte de gran pantalla que abarcaba el centro del escenario.

Ese dispositivo, en donde se proyectaban imágenes y luces led, dejaba adivinar detrás a una banda dispuesta en semicírculo y reservaba para la Sole el protagonismo absoluto.

Pero, de a poquito, el propio “tifón de Arequito” se iba a encargar de ir quitándole solemnidad a la velada con su trato de igual a igual con el público, sus anécdotas y sus sentidas palabras hacia los “próceres” del género a los que eligió homenajear.

Tras el inicio a pura chacarera, en donde se entremezcló “Pa´l que se va”, del gran Alfredo Zitarrosa, llegó el tributo a Teresa Parodi, a quien reconoció haber intentado imitar en sus primeros años de carrera. En ese pasaje litoraleño, destacaron “Apurate José” -de triste actualidad por lo sucedido recientemente en Bahía Blanca, tal como comentó la propia Sole- y “A la abuela Emilia”. 

El set chamamecero se extendió con “Kilómetro 11, de Tránsito Cocomarola, con gran protagonismo de una de las coristas y del acordeonista, y numerosos sapucays del público.

La figura de Horacio Guarany dominó el segmento siguiente del show a través de clásicos propios o popularizados en su voz como “Canta país”, “El que toca nunca baila” y “Santiago Ayala, el gran bailarín”.

Luego de un mano a mano con uno de los guitarristas, al que invitó a acompañarla en el frente del escenario, por donde pasaron “Odiame”, “Propiedad privada” y “Que nadie sepa mi sufrir”, entre otros; llegó el turno de las zambas, y con ellas, de una de las invitadas de la noche, nada menos que su hermana Natalia, con quien inició el camino artístico.

Juntas entonaron “De mi madre”, Natalia sola se encargó de darle vida al “Sapo cancionero”, y volvieron a unir voces en el valsecito “Alma, corazón y vida”, “Rosario de Santa Fe”, “Yo vendo unos ojos negros” y “Dejame que me vaya”, entre otros, en un pasaje que tuvo evocaciones implícitas a Los Chalchaleros y un recitado en off de Luis Landriscina.

Acto seguido, los dos guitarristas y el histórico bombista Chivi López acompañaron a Sole en un imaginario fogón con clásicos como “La López Pereyra”, “Criollita santiagueña” y “Lunita tucumana”. Hacia el final, la sorpresa de la presencia de Emiliano Brancciari para una preciosa versión de “Perfume de carnaval”.

La mesa estaba lista para dejar atrás todo formalismo. Se levantó la pantalla que separaba a Soledad de sus músicos –ahí se develó que eran dos guitarristas, un bajista, un baterista, un percusionista, un tecladista, un acordeonista, el bombista y dos coristas- y todos juntos emprendieron un festivo recorrido final de sonoridades más latinas y bailables.

Carnavalitos, aires del altiplano y tonadas andinas se entremezclaron a través de canciones como “El bahiano”, “Llorando se fue” –¡sí, la famosa Lambada!-, “El humahuaqueño”, “Cariñito” y “Tren del cielo” –una vez más, a dúo con Natalia-. 

Como esos casamientos en salones caros en donde el novio termina con la corbata de vincha y la novia con el vestido pisoteado y el tocado desarmado, “Entre a mi pago sin golpear” y “A Don Ata” barrieron todo vestigio de gran producción y rescató el espíritu de los bailes populares en las ranchadas. Esas en donde todo aquel con ganas de divertirse y comulgar en el baile y el canto es bienvenido.

En los últimos 29 años, La Sole fue un fenómeno que le devolvió popularidad al folclore más tradicional al acercar nuevas generaciones al género. Fue exprimida por la industria. Intentaron convertirla en un producto para el público latino cuando la hicieron grabar en Miami con Emilio Estefan. Crearon una película comercial a su medida. Compartió pantalla grande con personajes de García Ferré. Protagonizó una serie de la factoría de Cris Morena. Condujo programas de TV.  

Así y todo, en el fondo, siempre fue esa chica de Arequito, sencilla, querible, auténtica, que nunca se fue del pago y abre sus brazos fraternales para que todos seamos parte del gran festín.

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Publicado el 27 abril, 2025