Después de los dos shows de Milo J en el Movistar Arena podemos decir: “Le tienen miedo a un pibe de 18 años y lo bien que hacen”.
✎ Cecy Díaz
Camilo, un pibe de Morón con pasta de artista irrumpió en la escena con un puñado de canciones potentes. Era chico, muy chico: tenía tan sólo 15 años cuando, hacia finales de 2021, arrancó su carrera. Su personalidad fuerte y voz distintiva le permitieron despegarse del resto. Lo cagaron con plata por confiar en las primeras personas que se cruzó dentro de “la industria” (algo que, de todas formas, también le pasó a pibes más grandes de la escena urbana). Se apoyó en su mamá y círculo más íntimo. La primera gran entrevista que dio -e incluso podríamos decir que la única con tanta profundidad- fue para Rolling Stone y a cargo de nuestro compañero de ESTO ES NOTA Gabriel Plaza.
Milo J rompió récords y recibió estatuillas Grammy por la obra que generó junto a Bizarrap. También se dio el lujo de celebrar sus 18 años con un recital en el Club Deportivo Morón (cuadro del cual no sólo es hincha sino también, desde hace poco, sponsor oficial). Y mientras sumaba colaboraciones con artistas de la nueva escena, como Nicki Nicole o Rei, también lo hacía con Turf, una de las bandas pilares del rock argentino.
Tanto crecimiento y exposición provocó que todos los ojos fueran hacia él, incluidos los ojos de quienes siempre encuentran una razón para reprimir a la juventud. Controlar a la juventud, lograr que se sientan mal y no se animen a derribar paredes del poder para reconstruir el destino es una de las cosas favoritas de las derechas.
Milo J había organizado un recital de entrada gratuita en el Espacio de la Memoria que funciona en la ex ESMA pero fue prohibido. ¿Cómo vivió ese momento el pibe de 18 años que salió de Morón con toda la ilusión de conquistar el mundo? La respuesta a eso sirvió de disparador, de previa a un show gigante que llegó como reprogramación (o mejor dicho reformulación) de ese encuentro trunco.
“Le tienen miedo a un pibe de 18 años”, se escucha decir a una voz en off en lo que parece ser una suerte de POV o vlog del momento en el que Milo ve cómo el Gobierno nacional tenía toda la parafernalia lista para salir a reprimir a su público (repleto de adolescentes como él e incluso nenas y nenes más peques).
Después de eso se ve en pantallas una parte del back, como si fuera un boxeador entrando al ring. Entra a escena y canta lo que todo el Movistar Arena quiere cantar junto a él: “3 Pecados Después”.
“Otro negrito cantor del west, tres pecados después / No hay game porque, pushdown / Me miran mal y me tratan bien / No vi un “Feliz Navidad” de ninguno, colgado del 166 / Me agrandé, chúpenmela, ah, desvinculándome”.
Decir que casi ni escuchamos a Milo por los gritos y el canto de las personas es bastante (o muy) exagerado porque el show se realizó en el Arena porteño, uno de los lugares donde el sistema es más grande y claro. Pero… es cierto que fue uno de los recitales en los que el público manejó un nivel de adrenalina y euforia más grandes.
Milo incluyó en su logo sus iniciales y el número 18. Quizás lo hacen para reforzar un detalle: es un pibe de 18 años.
El escenario del Movistar es grande pero para este show se le quitó profundidad poniendo una pantalla gigante bien al frente (que tenía una suerte de “puerta” con una pantalla de fondo para completar la proyección en ese recorte). Eso permitió (u obligó, depende cómo lo pensemos) que Milo siempre estuviera dando vueltas por una pasarela gigante que llegaba hasta la mitad del campo.
Cuando entró lo hizo con su crew, sus amigos y amigas. Y esa pasarela, tan irregular como creativa, pareció jugar con dos cosas: la fosa en la que se mete cualquier mecánico de conurbano para revisar la parte de abajo de un auto y, por otro lado, un cuadrado que con luces en sus esquinas simulaba un ring. También hubo una suerte de “caja sin fondo” armada con cuatro pantallas led gigantes que, en un principio, pensamos que era sólo para que las personas de las plateas altas vieran mejor el circuito cerrado de tv y, de esa manera, sintieran más cerca al artista pero después nos dimos cuenta de que sería clave para momentos especiales en los que desciende y “encierra” a Milo durante toda una canción.
Hubo invitados especiales como el Malandro, Nicki Nicole, Bhavi o la mismísima murga uruguaya La Catalina. Sin mencionar que, en uno de los momentos más emotivos de la noche, invitó a un coro de pibes y pibas de su edad que pareció ser un guiño a esa parte de su público que sueña con coronarse como él lo hace en cada una de sus apuestas.
Milo subió en popularidad, en ser un pibe de Morón que está cumpliendo su sueño de chiquito sin comerse “el flá”. Subió tanto que voló desde lo más alto del Movistar Arena, literal, y estuvo acompañado por bailarines y bailarinas que también hicieron coreos colgados del techo del estadio -al mejor estilo Fuerza Bruta. La idea sumó otro color a un espectáculo que no sólo tuvo músicos en vivo sino también una imponente puesta.
Le tienen miedo a un pibe de 18 años. Y lo bien que hacen. Porque no sólo canta lo que le nace de las tripas sino que supo construir una burbuja donde tanto él y sus fans se pueden expresar a los gritos, hasta las lágrimas, saltar para exorcizar rabias, bailar para celebrar, enamorarse o desilusionarse y todo en un lugar seguro. El arte, una vez más, vence a todo lo que lo quiere apagar. Y las dos noches de Milo J en el Movistar Arena fueron una prueba de ello.