Y un día Alvy, Nacho y Rubin volvieron al escenario con los Campos Magnéticos.
✎ Pablo Díaz Marenghi
Año 2011. Eran tiempos de myspace, bandcamp y Lastfm. Perdón, centennials. Tres caballeros trashumantes del under (Sebastián Rubin –ex Grand Prix– Nacho Rodríguez –Onda Vaga, Nacho y los caracoles– y Jano Seitun –a.k.a. Alvy Singer) lanzaban un disco doble con traducciones propias de canciones de The Magnetic Fields. Aquel proyecto pergeñado por la mente peculiar de Stephin Merritt –suerte de cruce entre César Aira y Brian Wilson– que se materializó sobre todo en su obra maestra, el disco triple 69 Love Songs –hace poco citado en un tema del disco solista de Santi Motorizado.
Sus interpretaciones son verdaderas joyas de la traducción. Incluyen palabras y modismos bien argentos como “El galán de la Paternal” o “toquetear” sin traicionar jamás el espíritu original de la canción. Tal es así que el propio Merritt bendijo el proyecto y declaró en más de una oportunidad que le parecían mejores que el original. Todo esto resucitó por un puñado de noches la semana pasada coronándose el domingo 29 de junio.
Alvy, Nacho y Rubin estaban vestidos con prolijos trajes negros y camisas blancas, sentados uno al lado del otro, sonrientes en La Tangente. El lugar está debidamente preparado para la ocasión: se pobló de sillas. La puesta es muy teatral. El público observaba, coreaba todas las canciones pero en voz tenue. Casi como un respetuoso y afinado susurro. Los músicos sonreían mucho, Jano/Alvy se lucía con el contrabajo mientras Rubin alternaba entre el kazoo, el ukelele tahitiano o el cajón peruano y Nacho hacía lo propio con el banjo y la guitarra.
Repasan así su veintena de reversiones con traducciones originalísimas que demuestran, así como supo mostrar la literatura, que la traducción no es un mero pasaje idiomático. Es una transubstanciación –por usar un término eclesiástico ya que hubo varios guiños religiosos, cancionero mediante, durante el show– de una materialidad a otra.
Sus letras respetan el espíritu de Merritt que va de la peripecia al desamor, de la comedia a la tragedia, del delirio a la emotividad. Todo con un ritmo simpático, armonías deliciosas y arreglos corales casi de doo wop.
Sus versiones prescinden de cierta fibra low fi, punk, de las originales y ganan refinamiento y elegancia sin snobismo. Como tres discípulos melómanos que rinden un más que digno homenaje a su maestro.
¿Qué son Los Campos Magnéticos? ¿Una banda de culto que homenajea a otra banda de culto? ¿Un placer para pocos? ¿Un secreto a voces? Escribe Marcelo Cohen en Música prosaica, un libro que reúne reflexiones sobre la traducción: “El traductor pretende que está ejecutando una partitura, incluso tocándola de memoria; pero mejor, porque en vez de desplegar la maestría dominante del ejecutante se deja poseer, no exactamente por el original, sino por un lenguaje primordial en cuyo pneuma todos los idiomas serían uno, como la música”.
Los Campos Magnéticos se embebe del original para ganar fuerza e impulso. Porque tal como afirmaba aquel mantra rockero que ya se convirtió en grafiti: la canción sigue siendo la misma. Y está bien que así sea.